Continúo contándote acerca de aquellas sencillas experiencias que, asociadas a ciertos olores, logran que afloren recuerdos y emociones (positivas, por supuesto!), haciendo que nos sintamos bien, o mejor que eso, ¡genial!
Después de encantarme la visita a Tordomar, volvimos a tomar el coche y deshicimos lo recorrido en dirección a la Autovía por la que habíamos conducido al salir de Madrid, o sea, la A6. Dejamos atrás algunos pequeños pueblos que destacaban a lo lejos por sus entrañables y antiquísimas Iglesias, y continuamos con toda la calma del mundo en dirección a Burgos.
Tomamos un desvío hacia Madrigalejo del Monte, que está en la parte Izda. de la carretera. Otra vez me volvió a enamorar el paisaje, tan sencillo pero tan lleno de sabor.
Poco después decidimos parar en el primer pueblo que encontráramos, que era Madrigalejo del Monte. Una de las ventajas añadidas de todos estos lugares es, que ¡Tienes sitio para elegir dónde aparcar!. Para mí es toda una suerte no necesitar del coche para poder hacer tu vida diaria al tener todo tan cerca. Poder guardar el coche para usarlo sólo en contadas ocasiones, ¡Es todo un lujo!.
Comenzamos a dar una vuelta tranquila por el pueblo, y me volvió a enamorar la limpieza del ambiente y de las calles: Como en los pueblos anteriores, era nítido y transparente debido a la ausencia total de contaminación.
Llegamos a la Iglesia del Pueblo. No pudimos entrar dentro, pues por desgracia, normalmente están cerradas y si las quieres ver te tienes que esperar al Domingo que es cuando las abren para la Misa. ¡Tenía una puerta románica tan bonita! De repente me percaté que el espacio se llenaba de un olor fabuloso a guiso casero: Alguien estaba cocinando y tenía abierta un poco la ventana. ¿Qué era aquel olor tan rico? Parecía una salsa hecha con perejíl, aceite de oliva, y más cosas que no sabría definir. Me trajo recuerdos maravillosos de las comidas de mi infancia. ¡Qué ganas de comer tengo!, pensé. -No era cuestión de llamar a la casa y preguntarle a la señora qué era lo que estaba guisando y pedirle que me invitase-. Así que, al final de la calle, en una plaza, vimos un pequeño asador que tenía una parte de Bar, y entramos a tomar algo.
El lugar estaba decorado con muchísimo gusto y detalle sin caer en el exceso. Tenía una preciosa chimenea con varios troncos de encina ardiendo suavemente y creando un ambiente encantador. Al fondo de la barra, se veía una olla pequeñita en la que había algo calentando que desprendía un aroma a buen guiso. Había poca gente, pero se la veía relajada y con aspecto de contenta. Nos decidimos a tomar unos vinos de la casa, que evidentemente eran Ribera del Duero. Ya por el olor, se percibía clarísimo que estaba muy bien elegido. Tenía un intenso y elegante aroma, sin resultar en absoluto áspero.
Nos pusieron de aperitivo para acompañar una generosa tapa de aquel guiso que estaba en aquella pequeña olla humeando: Eran unas patatas guisadas que tenían un toque de pimentón y chorizo casero. El olor ya presagiaba la calidad del guiso …¡Geniales!
Nos pusieron de aperitivo para acompañar una generosa tapa de aquel guiso que estaba en aquella pequeña olla humeando: Eran unas patatas guisadas que tenían un toque de pimentón y chorizo casero. El olor ya presagiaba la calidad del guiso¡Geniales!
Con el buen cuerpo de haber tomado un buen vino acompañado de un estupendo aperitivo, nos dispusimos a arrancar de nuevo el coche y continuar visitando pueblos “a la aventura”.
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Es tal la influencia de los aromas y sus recuerdos para nuestras emociones, que deseo seguir compartiéndolos en la siguiente entrada de mi Blog.