Son tan apasionantes los aromas que, asociados a ciertas experiencias y emociones nos traen paz, que hoy deseo seguir compartiéndolos contigo, apreciado amigo y lector, en ésta cuarta y última entrada del mismo tema.
Continuando con mi anterior relato, mientras bajo las escaleras y escucho el suave crujido de la tarima formada por grandes tablones en el suelo, nada más llegar me encuentro a mano izquierda un gran cuarto de estar.
Es una de esas habitaciones con su olor a antiguo incluido, donde me gustaría quedarme leyendo en uno de sus sillones con orejas, horas y horas durante los fines de semana… (por supuesto si es con una buena compañía todavía mucho mejor… ), y sólo interrumpir la lectura para levantar de vez en cuando la vista hacia el gran ventanal con sus nítidos cristales, y contemplar el paisaje, ya sea de árboles con hojas naranjaceas por el Otoño, o con las ramas blancas por la nieve, o, como en éste caso, con las ramas repletas de hojas de intenso verde como dejándose querer por los rayos amarillentos del sol de la Primavera …
En la misma habitación donde me encuentro, en una de las esquinas hay una estufa tipo Salamandra, puesta sobre una chapa de latón, toda ella tallada formando algo así como una especie de flores. Me llama tanto la atención lo bonita que es, que se me va la vista de vez en cuando para contemplarla y no me canso. Sólo visualizar las llamas formadas por el fuego detrás del pequeño cristal de la puerta donde se introduce el carbón, imaginándome el calor tan apetecible que tiene que dar en las épocas de intenso frío, me aumenta aún más las ganas de estar allí.
Al mismo tiempo, me imagino contemplando el atardecer, encendiendo una pequeña lamparita con su tulipa de color arena, y potenciando la calidez con un par de velas o más de canela con una impronta de naranja puestas cuidadosamente en el otro extremo de la habitación. Sí. Pienso que la belleza no está formada necesariamente por las grandes inversiones en cosas, más bien creo que depende más del cuidado en los pequeños detalles, ¿A que sí?
En un extremo del cuarto de estar, como formando otro ambiente, se encuentra una mesa de comedor para unas 6 personas. En la parte superior tiene una especie de chapa de raíces formando un entramado de matices y vetas realmente decorativos. Alrededor de la mesa, se encuentran 6 sillas todas ellas de la misma madera que la mesa, formando una especie de talla en la parte superior que le dan un aire de calidez, compensando la robustez de la madera que se la ve ciertamente segura y fuerte. El asiento de las sillas es de una tela formando unas grecas en tonos arena y burdeos, de tal manera que contrastan dando un toque de luz. Pienso que, salvo la tapicería que es actual, la mesa y las sillas pueden tener al menos 100 años. Quién sabe cuántas serán las conversaciones que habrán “oído”, y las confidencias que habrán “escuchado” … ¿Verdad?
El sillón donde me gustaría pasarme horas y horas, está tapizado en piel en un color marrón oscuro, y hace juego con el sofá, que debe ser realmente reconfortante, y otro sillón idéntico que está justo en frente. La oscuridad de los muebles, hace un contraste perfecto con el color de la pared, que está cubierta de madera hasta la mitad, y la otra mitad está empapelada en un color arena de la playa con unas minúsculas filigranas que casi ni se aprecian. En la parte superior, como formando una armónica composición llena de señorío y naturalidad al mismo tiempo, se encuentra una lámpara de bronce, decorada en colores claritos, con unas hojitas semi verdes serpenteantes, en cuyos extremos de los brazos que tiene imitando a las ramas de un árbol se encuentran unas tulipas en forma de pétalos de flor con una bombilla translucida en el centro. Cuánta ilusión tuvo quien la puso, pienso.
En la pared donde está la mesa de comedor, veo colgado un cuadro de un bodegón antiguo formado por unas uvas y una sandía, que tienen también unos cuchillos de plata a su lado sobre un mantel blanco roto. La vista se me va justo a la sandía, que aunque está hecha con una pincelada gruesa, tiene tal frescura que apetece acercar la mano y cortar un trozo para comerla y sentir también su intenso olor. El resto de las paredes de la habitación, tiene algunas láminas de dibujos hechos con lápiz que le dan un aire realmente hogareño y entrañable. Una vez que he recorrido visualmente el cuarto de estar, la verdad es que, siento verdadera pena de tener que terminar mi visita a ésta casa, en la que la belleza de su balcón me ha invitado a entrar de forma imaginaria. Es una experiencia que te invito a probar, porque cuántas veces pasamos por lugares bellos que intuimos poseen aromas que nos traen paz, ¿a que sí? Ese misterioso ventanuco situado en un alto de un callejón de piedra que es como si saludase, ese balcón situado encima de un arco de la parte antigua de una ciudad, es como si también nos invitar a entrar … esa ventana de una casa de pueblo … Estoy segura de que conocerás más de uno. Te animo por ello, a hacer un ejercicio con tu imaginación, y percibir al mismo tiempo el aroma de su belleza, que seguro te trae paz.
Espero te haya hecho pasar un buen rato éste último capítulo acerca de los aromas que traen paz. Si te ha gustado, te animo a compartirlo con tus amigos a través de las Redes Sociales. ¿Deseas hacerme algún comentario o consulta? ¡Seguro te respondo! Si te gustaría recibir las entradas directas en el correo electrónico, te he puesto un apartado a la derecha para suscribirte. ¡Un abrazo y hasta la semana que viene!
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¡Estupendísimo!
¡Cuánto me alegra, Oskar!
Comparto toda la saga con mis colegas de Facebook. Me ha alegrado el día leerlo. Saludos desde Mérida (Badajoz)
Me ha alegrado mucho lo que escribes, Jorge Fernando. Espero te sigan gustando los siguientes. ¡Un saludo!
Me han encantado tus 4 pequeños relatos, demuestran una gran capacidad para crear siruaciones que nos invitan a vivir. Muy buenos.
Me hace mucha ilusión que te guste. ¡Gracias, María!
Ha sido tan bonito que me ha fascinado.