Cuando voy por la carretera hacia el Norte de España en la época de la Primavera, al pasar por un pueblito, siento verdadera atracción de parar de vez en cuando para dar un paseo, y contemplar sus antiguas casas. Y con mi imaginación, me gusta introducirme en ese hogar cuya fachada, ventana o balcón tan cuidadosamente conservado me invita a entrar … Hoy deseo compartir contigo, apreciado amigo y lector, éste sencillo relato en relación a algunas experiencias cuyos aromas traen una paz especial …
Y como te contaba, tras dar una vuelta por el pueblecito y contemplar algunos balcones, con mi imaginación me he decidido a entrar en una casita que hace esquina de 2 plantas, con una fachada formada por piedras de granito teñido por el tiempo y el musgo, y ese tejado de ondulantes tejas perfectamente colocadas que le da ese aire tan cálido y humano … El color de la pared hace que destaque más el balcón, que está lleno de macetas con geranios en flor de colores rojos y rosas, armonizando con las contraventanas, pintadas en verde botella. Una vez que he entrado, lo primero que deseo es detenerme a contemplar el olor de su aire, que está lleno de una mezcla de olor a rancio y a antiguo por la humedad acumulada en la madera como consecuencia del paso de los años… Siento como si el tiempo se hubiera detenido. Me he decidido a abrir la contraventana, y de repente, observo cómo un rayo de luz hace destacar un retrato de una joven vestida como de principios de siglo 20. Me coloco las gafas, y me acerco más para contemplarlo y verlo desde cerca … Es un sencillo retrato pintado al óleo de una chica joven de pelo recogido y ojos muy oscuros, con un mantón tipo Manila sobre sus hombros y una expresión de serena paz … Sí, cuando contemplo los retratos y las fotografías de nuestros antepasados, me gusta observar la transparente y limpia serenidad que transmiten sus miradas. No creo que fuera por moda poner esa expresión, personalmente pienso que, aunque no tenían ni la cuarta parte de los adelantos que tenemos ahora, tenían paz y serenidad. ¿Crees tú lo mismo también?
Mientras sigo contemplando la habitación, que tiene junto a una pared una cómoda de color nogal con 7 cajones con su olor a rancio llenos de manteles, servilletas y sábanas cuidadosamente colocados en los que se ve claramente que están bordados a mano, de repente siento que un olor especial entra por la puerta que lleva al resto de la casa: Es un olor especial de guiso, y me aventuraría a pensar que es de cordero. ¡Ummm! Me he acercado a la cocina, que por cierto, es bastante espaciosa, y, efectivamente, en una cocina de las antiguas de carbón, veo un puchero de porcelana casi tapado haciendo el “chop chop” lento de un guiso de cordero con diversas verduras y unas patatas, muchas patatas, para serte más exacta. Es de esos guisos tan de siempre, que recuerdan a mi infancia cuando mi madre preparaba los Viernes carne estofada de ternera con algunas patatitas para tomarla los Sábados y así no tener que cocinar cuando llegábamos a la sierra … Qué paz se respira, esa paz que sugiere el aroma de lo preparado lentamente y sin reloj …
La cocina tiene una ventana, también con su contraventana abierta de color verde, y en la pared junto a la ventana cuelga una ristra de ajos. Reconozco su frescura por el olor. Cuelgan tan bellos y luminosos sobre la pared, que apetece casi hasta fotografiarlos. Cerca de los ajos cuelga otra ristra de pimientos secos, esos pimientos rojos alargados que desprenden tanto sabor, color y olor al abrirlos cuando los tomas en una sopa castellana … De un gancho, sin llegar a tocar la pared, cuelgan unos cuantos chorizos de unos 15 cms de largo cada uno. Yo diría que en la carnicería nunca los he visto así, tienen toda la pinta por su olor y su textura que son de verdad caseros … La mezcla de aromas impregna el ambiente, y movida por el cansancio de piernas por estar de pie, y mi deseo de seguir contemplando la cocina y apreciar su olor, me he decidido a sentarme en una silla de enea que hay en una mesa en el centro con algunas manzanas que se ven cogidas de un manzano de alrededor sobre un cesto de paja. Me acerco una y la huelo: Me encanta, sencillamente, me encanta.
El suelo de la cocina es de esos de madera veteada que tiene un grosor como de tablones. ¡Cuántas cosas habrá visto y oído éste suelo a lo largo de los años! , pienso yo. Es de esos suelos que aunque los frotes y los frotes, nunca están feos, En mi opinión, ¡Es como si su presencia ennobleciera la cocina!
Como no deseo cansarte, por hoy termino la primera parte relativa a los aromas que traen una especial paz. Si te ha gustado, te animo a compartirlo con tus amigos a través de las Redes Sociales. ¿Deseas hacerme algún comentario o consulta? ¡Seguro te respondo! Si deseas recibir las entradas directas en el correo electrónico, te he puesto un apartado a la derecha para suscribirte. ¡Un abrazo y hasta la semana que viene!
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¡Gracias, Juana!
Me hace vivirlo tanto que parece que yo también estuviera allí.
¡Cuánto me alegra, Lena! Espero que te guste también la siguiente entrada. ¡Un saludo!